De la página en blanco y de lo que oculta.

 No voy a mentir; no tengo nada que escribir, se me ha acabado el fuelle, estoy vacío, seco, la página en blanco que tengo enfrente refleja la página en blanco que soy.

    Y a pesar de ello, aquí estoy, tecleando.

    Tengo siempre la ligera sensación de que si no lo hago, algo le falta a mi día, aunque en términos más rotundos prefiero expresarlo así: si paso un día sin escribir me muero. Soy drástico, sí, y me gusta serlo.

    La cosa es que verdaderamente no tenía, hace un minuto, nada que decir; y no teniendo: llevo ya unas líneas. Seguramente siempre hay algo que sacarse de dentro.

    Miserias, pesares, alegrías, ensoñaciones, escenas imaginadas, o reales, que se truncaron y la imaginación enmienda (o simplemente trastoca).

    Hace poco la escritora, y amiga, Rosa Sanmartín, escribía en su blog: "Es verdad que, en última instancia, los personajes son creados por uno mismo, que los dotamos de identidad, de vida propia. Les hacemos creer que pueden actuar, tomar decisiones, vencernos. La verdad es que, de alguna manera, se "amotinan" en este punto y son ellos los que toman las riendas de la narración." 

    Ella estaba pensando, entre otras cosas, en este momento, en Unamuno y su personaje amotinado en Niebla. Pero no solo los personajes, en general las ideas parece que bullen, que se pelean incluso entre ellas, como niños haciendo cola en una atracción de feria, para salir las primeras a la palestra (da igual que la palestra sea este humilde blog o cualquier otro sitio, la cuestión es salir, ser libre, decir "aquí estoy", tat twan asin, ¡esto soy yo! Idea, personaje o escritor.

    Y esto de la independencia de las ideas del hombre que las enuncia es algo de lo que ya se dieron cuenta, sin duda, los currantes de cualquier oficina de patentes: uno de los ejemplos más famosos es el de Darwin y... ¿Cómo sería el nombre del otro tipo, Wallace? ¿A quién le importa? Uno se hizo "famoso", y el otro no, pero la Idea, ay la idea, ¡se salió con la suya! Pero hay muchísimos más casos. Las mismas ideas surgían, surgen, en mentes diferentes, sin que necesariamente hubiese mediado contacto entre ellas, en los lugares más alejados del mundo... No es baladí ni se trata de una casualidad (esa absurda palabra). 

    ¡Están vivas! Como la criatura de Frankenstein, que si no hubiese sido escrita por Mary Shelley, lo hubiera sido por cualquiera otro, sin duda en otro tono, claro, pero también sin duda: la misma criatura.

    ¡He ahí el tono! Muchas veces, o todas las veces -quién sabe- es lo sustantivo a la hora de reconocer el estilo de un autor: el tono. Es difícil definir este concepto, pero es fácil darse cuenta, solo por él, por el tono, de que tal o cuál autor anda detrás de un texto determinado. (Sé que hay otros elementos aparte del tono, pero como estoy pontificando, pues queda mejor decir que sea "solo por él" que reconocemos el estilo).

    En fin, que no teniendo nada que escribir, he soltado un buen chorro de mis habituales desvaríos y desbarres, pero como advertía en la primera línea: sin mentir.

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