La mosca

 Érase una vez una mosca que se metió en un desagüe.

    Entró, posiblemente, atraída por los deliciosos olores que surgían de la boca enrejada; pero una vez dentro se dejó fascinar más que por los olores, que seguían intensos, por las corrientes extrañas de aire cálido, pesado. 

    Era una sensación del todo desusada volar así, con las alas cubiertas de una fina película húmeda. Todo era humedad, en verdad. Se trataba de una dificultad en el movimiento no exenta de interés; le gustaba, diríase, volar así, en ese entorno adverso y al mismo tiempo cómodo, una paradoja que no parecía advertir la mosca, o que si advertía, no le otorgaba la más mínima importancia.

    Pero había más, mucho más: ecos, fosforescencias, ratas mojadas, detrito, muerte, putrefacción y crecimiento desbocado por doquiera pasase zumbando. Siempre zumbando. 

    Con el tiempo la mosca devino habitante de la cloaca, con carta de residencia legítima, digamos.

    ***


    En esta parábola, que en verdad no es una parábola, la mosca soy yo, y la cloaca la literatura.


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