Los dibujos en la alfombra de Ibn Arabi

   El sabio meditaba en sus aposentos. Además de llamarle sabio, le llamaban hombre santo, excelso, elegido de Allah. Eran solo nombres, títulos hueros. En su imaginación, bullente siempre, febril, comparaba estos títulos y honores con los dibujos enrevesados de su alfombra, mientras los seguía con la mirada. Era como un niño.

   Como cada día, se dio cuenta de que ya era tarde: de nuevo el té se había enfriado en la tetera.



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