Luna

 No miro la luna, nunca, pero como soy un gran farsante, un escritor, empiezo un texto titulado así, Luna. Porque sé que la luna es un objeto de interés en la literatura; la mora, la roja, la llena, la que sonríe (o de Cheshire), la que transforma hombres en lobos, etc.

    Se presta al palíndromo: anula la luna. 

    Bajo su luz se besan apasionadamente los amantes, y Jack, el destripador, hurga en los pechos de las putas de Whitechapel, en busca de sus corazones. Todo sucede bajo la luna, pero en el Eclesiastés dejaron escrito "bajo el sol"; y el sol deslumbra, enceguece, quema...  

    Pero no miro la luna, ya lo he dicho, nunca. Ni yo ni nadie. Puede que antaño, hace quizá cincuenta años, hubiera un hombre, el último, que antes de morir, por vez postrera (para él y para la raza humana), mirara la luna. Y ya nunca más, nadie, volvió a hacerlo. Se quedó sola Diana, Selene, olvidada en el cielo, relegada a ente ficticio, a existir solo aquí, en la literatura.

    ¿Y si dejo de mirar en los libros, o en las pantallas de todo tipo, y salgo afuera, a la noche, y busco con mis ojos allá arriba la panzuda luna plateada y descubro que ya no está, que alguien se la llevó o que ella misma se fue? Me encuentro un vacío argentino y aterrador. Será mejor que no salga de la cómoda literatura, tengo miedo, la verdad, de no encontrar allá afuera la luna.


Comentarios

  1. Alli sigue...siendo la regente de mareas,brujas,ciclos menstruales y rituales de fertilidad.

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