Un hombre en un aparcamiento

 Hay un hombre llorando dentro de su coche, en el aparcamiento.

   Debe llevar llorando por lo menos media hora, piensa una mujer, porque ella ya se fijó en él antes de entrar al Gran Bazar Asia, y claro: le llamó la atención ver a aquel hombre llorando, espectáculo si no asombroso, sí poco común. Ahora, recién salida, con sus compras resueltas, el hombre sigue allí, en su coche, llorando en medio del aparcamiento. Por eso sabe la señora que lleva por lo menos media hora.

   El coche está perfectamente metido en la plaza, la misma distancia de un lado que de otro a las líneas blancas pintadas en el asfalto. 

   El hombre también está perfectamente sentado. Como le enseñaron sus mayores, podemos suponer, con la espalda recta, la cabeza alta; la vista, si estuviese fijada en algún sitio, diríamos que lo está al frente; pero parece más bien que se pierde en horizontes inexorables. Llora sin parar, como un motor al ralentí.

   Además de la señora, muchos de los que por allí pasan, yendo y viniendo, se han fijado en el hombre que llora dentro de su coche: él no se esconde, tampoco se exhibe; llama la atención. Pero no como un espectáculo burdo, no como una pelea o un accidente en la carretera, más bien como un eclipse, o un ciervo que se para a otear en la linde de su bosque.

   Se escuchan murmullos y se repite la frase "está llorando", contestando a la pregunta "¿pero qué pasa?"

   En esta historia el narrador sabe tanto como la gente que se cruza con el hombre, no tenemos ni idea de por qué llora. Lo que sí sabemos es que para la mayoría el llanto ha resultado contagioso, y algunos han roto a llorar entrando también en sus propios coches, y otros se han venido abajo al cruzar las puertas del Gran Bazar Asia, entre los rollos de papel de regalo y los expositores de gafas de sol y otras fruslerías.

   "Pobre diablo", ha dicho un viejo de espesas cejas.

   Algún que otro indeciso ha pensado en actuar, sin llegar a hacer nada. Y los más osados han evadido la cuestión con algún "bah, que le den"; para estos el llanto no ha sido contagioso, les ha resultado molesto, indecoroso, algo que no se debe hacer en medio del aparcamiento frente al bazar chino.

   El hombre sigue llorando, como si el cielo lloviera. Y la gente, después de pasar y mirarlo, sigue a lo suyo, se pierde en el marasmo, va al supermercado.

   En cierto momento el hombre se ha remangado la chaqueta negra y ha mirado su reloj de pulsera. Debía de ser ya la hora, no sabemos de qué. Un par de respiraciones profundas y el llanto ha cesado. No se ha secado las lágrimas en ningún momento.

   Arranca y se va.

   -¿Por qué lloraba ese hombre, mamá?

   -No lo sé, hijo, no lo sé.


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