Entrevista de trabajo

 He llegado con más de media hora de antelación, siempre lo hago. Me quedo sentado en mi coche, revisando sus fallos, que solo el dinero podría corregir. 

   Otra entrevista de trabajo. Fingir, sonreír, ser otro. Quien quiera que sea que esté al otro lado de la mesa sabe que estoy fingiendo; los dos lo sabemos, pero seguimos, como si el espectáculo tuviese que continuar.

   Cuento el mismo cuento y recibo idéntica respuesta. Me dejo magrear por cuestiones que supuestamente "sirven para conocernos mejor". Que si tengo familia, que si aficiones... Nunca preguntan directamente: ¿serás un buen esclavo?

   Pero lo seré. Bueno, lo sería si me dejaran, a cambio de pan, agua y unas monedas. Pero no, de momento soy demasiado viejo, o feo, o flaco para cualquier tipo de trabajo.

   Cada día que pasa llego a la nueva entrevista de trabajo con la cabeza más agachada. Un día, tal vez, la cabeza me colgará ya entre las piernas; y me la pisaré al entrar a la oficina. Tropezaré y caeré sobre el entrevistador; que apuntará algo con gesto misterioso...

   Apuntará: "tropieza con su propia cabeza, descartado"; y luego pondrá tres equis, una al lado de "demasiado viejo", otra en "demasiado feo", y la última junto a "demasiado flaco". "Gracias -concluirá-, ya le llamaremos".

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