Cuatro sonetos después de leer La Llamada De Cthulu
I
Con el húmedo aún bajorrelieve
Que Wilcox aterido y en pijama
Sorprendido de no estar en la cama
Modeló (mano firme, fiebre leve)
Empieza el relato impío, blasfemo
Que al profesor Angell quitó el sueño
Y a su albacea y nieto (nuevo dueño
Del ídolo) tornó, mucho me temo
De cuerdo en poco tiempo a demente.
En Nueva Orleans degradada gente
En Groenlandia nefastos esquimales…
Las pesadillas se hacían reales
Acerca de esa primigenia entidad
Que humilla la propia noción de “maldad”.
II
El Gran Cthulhu, que duerme en R´lieh
Es quien manda en sueños esas visiones
Aunque su espera dura ya eones
No tiene prisa, sabe que hay quien lo lee
Quien lo oye, lo siente y lo celebra
Ora aquí con macabras canciones
Ora acullá con mutilaciones
Cada hilo en su momento ya se enhebra
Con el hilo que le va a corresponder
Para la horrenda, inevitable trama
Que tarde o temprano se ha de tejer.
De momento te visita en la cama
Y sólo a los adeptos consumados
Visitan sus emisarios alados.
III
Pero hablemos de lo que el viejo Castro
Centenario, antiguo navegante
Ese mestizo zafio y diletante
Contó a Legrasse, que pretendía el rastro
Seguir hasta donde su curiosidad
Le permitiera, con la estatuilla
(Esta de piedra negra y no de arcilla)
Como patente prueba de realidad.
Dijo Castro: un día la humanidad
Sería salvaje, libre, sin moral
Muy semejante a los Grandes Antiguos
Será el momento de que esta entidad
Despierte de su largo sueño abismal
Los dioses del mundo serán inicuos.
IV
El capítulo final del relato
Escribelo un marinero noruego
Que a pesar de no conocer el juego
Movió ficha en el tablero insensato
Pues asistió a la fatal apertura
De una puerta por seres construida
Cuya noción espacial imbuida
Está de una incomprensible locura.
La abominación sus fauces asomó
Desde la negrura extraña de dentro
Era el Gran Cthulhu que despertaba
Eran mil tumbas abiertas lo que olió
Moviose su cordura de su centro
Su alma condenada al fin quedaba.
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