Extremun felatio

El hombre entró en el despacho masajeándose salvajemente la entrepierna. El director del prostijurasic-vip estaba acostumbrado a todo tipo de excentricidades, y sin embargo esta actitud socarrona le causó cierto malestar. «Será cosa de la edad», se dijo.

-Siéntese, por favor.

-Gracias. Iré al grano, si no le importa.

Como director de un establecimiento dedicado a que los seres humanos, los adinerados, practicasen cualquier tipo de sexo con dinosaurios clonados, había escuchado variantes de esta misma presentación innumerables veces. Asintió, pues, con un amable gesto.

-Me conoce y sabe que no es la primera vez que vengo. Y si ha mirado mi ficha, como supongo que ha hecho, antes de darme cita, sabe también que siempre vengo a ver a Eva, la Diplodocus... -el masajeo de la entrepierna en este momento pasó a ser frenético, casi furioso-. Me gustaría... ¡casarme con ella!

Este fue el momento en el que el director, a pesar de haber ganado tanto dinero, y a pesar de poder seguir ganando tantísimo, se dijo «ya está bien, me largo».

Y lo último que haría siendo mandamás en aquella institución sería ofrecerle al hombre el matrimonio que tanto ansiaba:

-Acompáñeme. Deme ese maletín. No se preocupe, no necesito contarlo.

                              *

Las cámaras de vigilancia observaron impasibles cómo el adinerado galán entraba al habitáculo, a pesar de que la hembra se encontraba sin sedar (una enorme y parpadeante luz roja sobre la puerta así lo avisaba), pero de alguna manera había podido salvar todos los controles de seguridad, prerrogativa esta solo accesible al director del prostijurasic.

                              *

Eva, al desperezarse, vio al pequeño mamífero que le clavaba el aguijón tres veces por semana desde hacía meses. Se levantó y notó que la habitual pesadez que la retenía en estas visitas no se presentaba. Observó que el mono, todo dientes, descubría su aguijón. 

Eva abrió tanto la boca que casi se le desencaja la mandíbula, se diría que estaba sonriendo. Y avanzó al encuentro de su pretendiente, ese peludo ansioso, ese pobre diablo, homo erectus que ya pronto dejaría de ser erectus, y homo.


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