Taladro

Hoy he estado a punto, a puntito, de meterme el taladro por el ojo.

No fue un accidente.

A menudo trabajo con un taladro, entre otros muchos menesteres: hago agujeros en las paredes, meto tacos y atornillo muebles, cuadros, lámparas... y, en fin, todo lo que sea susceptible de ser atornillado a una pared.

Pues hoy, por la razón que sea, y que no te incumbe, lector, ya que no quiero yo que te incumba, me he apuntado con el taladro al ojo; he apretado el gatillo. Parecía que lo escuchase amplificado, como si los ojos hiciesen de receptores auditivos. Y casi, casi me lo meto hasta el cerebro; he podido sentir algo, no sé, como un preludio de la sensación de la broca destrozando el ojo, retorciendo el lagrimal. Pero, ay, fui cobarde y no lo hice. 

Y ahora todo sigue igual.

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