Correspondencia

 

*Las dos cartas que se reproducen a continuación son los últimos testimonios que se conservan de Francisco Santos y Román Sanz.

 

 

Carta de Franky a Román

 

Querido Román, te escribo estas apresuradas líneas para avisarte, para ponerte en guardia, contra aquello que se te viene, inexorablemente presiento, encima: y no es Nyarlathotep, como solíamos bromear, pero casi.

    Conozco poco a nuestro viejo compañero, José Luis, y sé que tú lo conoces aún menos. Siempre ha sido un tipo raro, ya lo sabes. Y es extraño, porque después de casi treinta años saliendo juntos, y durante estos una buena temporada viéndonos todos los fines de semana: no debería resultar un completo desconocido para nosotros: ¿no crees? Pero lo resulta.

    Ayer, al despedirme de JL, le solté, medio en broma, medio en serio, sin pensar en ello seriemente en realidad, que iba a asistir a la convención del mes que viene sobre literatura alienígena. Su rostro se ensombreció. No hay mejor manera de describirlo, aunque resulte casi un cliché o una broma. Un rictus hierático se posesionó de su boca fina e inescrutable y susurró: «tú no vas a ir a ningún sitio». Como puedes imaginar, lo tomé a broma, aún sabiendo que sería casi la primera broma suya a la que asistía… Lo dejé estar, pues.

    Pero la cosa no iba a acabar allí. Ya te he dicho que estábamos despidiéndonos, era después de nuestro curso de literatura creativa (sabes las cosas raras que escribe José Luis, cráteres volcánicos que van al médico para dejar de fumar, gusanos llamados Juan Pedro que trabajan en la construcción de vías férreas subterráneas…), y como siempre, lo dejé en su puerta y volví a casa, conduciendo tranquilamente y fumando. Cuando llegué, ya olvidada la absurda frase de nuestro amigo, entré al portal y subí las escaleras, con cuidado, pues la luz no funcionaba, e imaginé que debería echar una bronca al gordo de mantenimiento, por mucho que sepa que no lo voy a hacer jamás. En estos futuribles imposibles iba pensando cuando llegué al tercer piso y me aproximé a mi puerta: pero ¡horror! Una figura encorvada se recortó difusamente en la oscuridad y se abalanzó sobre mí, sujetándome de la pechera y estampándome contra la pared.

    Te juro que casi me cago encima. Y entonces me di cuenta de que se trataba de él, joder: José Luis. Y la frase, de nuevo, «tú no vas a ir a ningún sitio», comenzó a resonar en mi estómago compungido. Mi boca quedó seca y el ritmo respiratorio habitual olvidado. Y como si fuese cosa de magia, magia muy chunga, volvió a pronunciarla, palabra por palabra. Comprendí que quería que se lo repitiese, como un matón de patio de colegio. Y te juro que así lo hice, deseando que me soltara y se fuese: «no voy a ningún sitio, tío, José Luis, claro que no».

    Entonces su cuello hizo algo raro. No sé cómo explicarlo; se dobló y chascó, pero se veía demasiado largo, demasiado articulado… no sé. Estaba oscuro, sí, pero las putas luces de emergencia ofrecían suficiente luminosidad para comprender que aquello no era, no podía ser, un cuerpo humano.

    Por fin me soltó y pareció calmarse. Sonrió de esa forma suya que siempre nos ha hecho gracia y que ahora me acojona, se dio la vuelta y echó a andar, como si nada. Las luces se encendieron y el mundo siguió girando. Pero sabes que soy, siempre lo he sido, un bocazas; y le grité:

    —¡Pero Román sí que tiene pensado ir!

    Se detuvo, las lámparas parpadearon, lentamente se giró.

    —Román no va a ir a ningún sitio —dijo sin dejar de sonreír con esos labios tan finos, estirados hasta lo absurdo.

 

    Es todo, Román, lo siento. Al día siguiente JL no se presentó en el trabajo, sospecho que ha cogido el tren (como sus Juan Pedro) y se dirige a tu pueblo. Por favor, toma las precauciones que consideres necesarias.

    Yo voy a desaparecer un tiempo.

    Y estoy pensando en asistir a la convención el mes que viene, no sé, parece que es lo que haría el protagonista de un cuento, aunque bien sabes que si alguien es aquí el protagonista es eso que hemos creído humano durante los últimos años: ¡José Luis Pascual!

 

 

Respuesta de Román a Franky

 

Estimado Franky. No ha caído en saco roto tu advertencia. Desde luego que pensaba ir al conciliábulo, como una oportunidad de reunirnos nosotros que llevamos años de tertulia, una excusa para la fiesta y la letra. Aún lo pienso.

    Pero llevo tiempo notando algo extraño en José Luis. Sus respuestas son más cortas y secas que de normal, su risa impostada en los directos de twich, puro teatro kabuki. Lo percibo raro, más, y mira que hemos hablado largo de sus peculiaridades, tanto a la hora de comportarse como en sus partos literarios. Casi como hermanos en la distancia. No yerras. He revisado sus textos. En progresión cronológica. Existen unas sutiles variaciones en su estilo, tan perfeccionado que parece integrarlo incluso en las conversaciones. Si lees atentamente, puedes descubrir unos marcadores, unas palabras claves que conllevan un mensaje diáfano. Y nefando. Lee. Y comparte conmigo la percepción que te transmitan. Tus palabras me acongojan. Que José Luis tenga mi dirección, más incluso.

    No es este el encuentro que anhelaba. Desde que he recibido tu misiva noto unos ojos posados en mí, unos ojos hechos de sombra. En apenas pocas horas, mi tensión se ha incrementado y mi pulso late roto. No lo entiendo. ¿Por qué no podemos acudir a la convención sobre literatura alienígena? Quiero. Debo. Iré. Lo que no acierto a adivinar es si el susodicho me lo permitirá. Incluso ahora, en la privacidad de la reclusión que supone mi casa de tres metros cuadrados, me acecha algo. Una presencia. Que no solo es capaz de ver estas letras que te escribo, sino mis propios pensamientos. Y se ríe de los mismos. Se carcajea de la rebeldía que supone el que yo repita una y otra vez, interiorizado: Voy a acudir a la convención Voy a acudir a la convención Voy a acudir a la convención.

    Conozco esa risa. Demasiado bien. Como tú mismo la evocarías. Temo que llegue el momento en que su ser físico me alcance. Lo temo, pero me crea una curiosidad ignota que no reprimo. Con todo, seguiré tu ejemplo. Marcho unos días para preservarme. Con el viaje ya planeado. Y espero que nos veamos allí, como también me gustaría que estuviese el propio José Luis, sea quien sea. Sea lo que sea. Lo descubriremos. Si me lees, espero tu respuesta, y que tu salud e integridad física vayan por delante. Cuídate, amigo. Yo intentaré lo propio. Salud.

 

 

 

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